PACO RODRÍGUEZ – 7.2.20 – LA VOZ
Ricardo Novo, 102 años: «Vivir vive calquera, hai que saber vivir».
«Para vivir ben fan falta a leña e o viño... y un durito en el bolsillo», cuenta Ricardo en su casa de Santiago
No hay pregunta o situación que Ricardo Novo (Cardeiro, Boimorto, 1917) no resuelva «cun conto». Los cuentos, la leña y el vino no pueden faltar en la vida, receta. Y están en el menú del día de este centenario que se quedó huérfano a los 6 meses, dejó el colegio para empezar a servir a los 14 años, perdió un ojo en la guerra, y hoy se defiende prácticamente solo en la casa familiar de Calo, en Teo, donde vive con su hijo Pepe. «Este fillo cóidame moi ben», dice Ricardo, retranqueiro y agradecido. «Non me fagas propaganda, anda! El dá as grazas por todo», responde el hijo.
Los «contos» picantes son los que más le gustan a este centenario como un buxo, y los que menos le dejan contar. Porque los hijos se convierten en padres a partir de una edad. Los 102 años de Ricardo van erguidos con humor hacia los 103, que cumplirá el 3 de mayo. Camina un poco todos los días, hace sus gestiones en el banco («nunca se despista con las cuentas, los intereses los cobra íntegros», asegura su hijo), revisa el buzón del correo incluso sábados y domingos, no perdona la visita al bar, ni un vino o dos al día. ¿Cuántos vinos toma al día? «Dous. Ou tres viños. Ou catro... ou cinco», se anima. Se levanta después de las 10.30, desayuna medio zumo de naranja, cuatro galletas de coco y colacao, toma dos pastillas, no perdona la siesta diaria (de una o dos horas), ni la cena a base de sopa, en la que siempre moja pan. «Ata coa sopa toma viño, un branco que facemos nós na casa, curioso, natural... Agora, á súa idade, que lle vas dicir, ¿que non tome viño? E ademais el nunca perde o control», dice Pepe.
«A GUERRA DEUME A VIDA»
¿Cómo se siente a sus 102? «Hai fallos. De aquí estou ben...», dice señalando la cabeza. «A idea téñoa toda, pero o corpo non sempre acompaña. As ideas son criminais, faltan os poderes!». Para vivir, leña, humor y vinos aparte, se necesita «un durito en el bolsillo. Contos e cartiños. Eso es lo principal. Yo hasta la fecha siempre tuve un durito en el bolsillo, hasta la fecha...», cuenta Ricardo. «Pues ahora malo será que falte», se ríe su hijo Pepe. «Diñeiro de máis, falta non fai -matiza Ricardo -, que se non acabas sendo escravo do diñeiro, non vives ben».
Él siempre se buscó la vida. «Achegábame á xente que sabía», explica. Fue, en palabras de sus nietos Alfonso y Miguel, que van a verlo los fines de semana a la casa de Calo, «el primer bróker de Ameneiro». «Traficante no fue, pero compraba patatas y vendía patatas, compraba habas y vendía habas. Compraba de todo y vendía de todo», y se iba ganando la vida con su mano negociadora desde casa, desde la casa en que lo acogió su suegra, María Esther. A Ricardo aún se le hace una sonrisa al hablar de la madre de su mujer: «Miña sogra era moi boa señora! Naceu na Arxentina e cando veu para aquí sabía moito do mundo. Todos somos de María Esther». Desde que se casó con Eladia, en el 43, Ricardo vive feliz en la que fue la casa de su suegra. Para él, trabajar en Carnota no era plan: «Logo como ía estar na casa, cos fillos, e a familia que?». El hogar, la paz para Ricardo, que fue más que festeiro un gran conversador, llegó tras tres años de guerra. Fue herido el 30 de junio del 38 y el 5 de marzo de 1939, primero en Teruel, después en Castellón. «Pero a guerra deume a vida», considera. «Debe de referirse a que, ao quedar sen ollo, pasou a estar ao servizo dun comandante do Exército en Zaragoza, e así deixou de estar en primeira liña na fronte», explica su hijo.
A Ricardo no le gusta el invierno. «El frío lo machaca», dice Pepe. Y mientras no llega el 40 de mayo, recurre al chaleco de lana sobre el jersey. Y a la manta sobre las piernas en el sofá. A la taberna, Ricardo le da como a los cuentos, bastante. Una y otros le ayudan a entrar en calor. «Os meus contos ás mulleres gústanlle ben!», ríe travieso quien vio la luz «en el lugar de Piñeiro, parroquia de Cardeiro, concello de Boimorto», recuerda recitando del tirón. Esas son las primeras coordenadas que no olvida, el lugar al que quisiera, finalmente, volver.
A Ricardo, operado de colon, que visita lo justo el hospital, no le falta ni la gratitud. «Dá as grazas por todos. Ten bo humor e carácter, é fácil convivir con el. Case non se enfada nunca», asegura su hijo Pepe, confirmando algo que se ve. «Enfadar eu para que? Eu son tranquilo. Son o máis vello de Teo, dos homes. Muller, algunha con máis anos hai...», se lanza Ricardo, que lee el periódico todos los días. «Interpreta as noticias á súa maneira. E o primeiro que mira son as esquelas», cuenta Pepe.
En Teruel fue, recuerda Ricardo, donde peor lo pasó en su vida. ¿Y lo mejor? «Eu sempre levei boa vida. Pasei a guerra, e había que sobrevivir. Paseino moi mal en Teruel, vin pobreza, pero en Zaragoza vivín ben, había abundancia de pan», recuerda este caballero, historia viva.
NUNCA PERDIÓ LOS PAPELES
Mutilado de guerra, de vuelta en Galicia, Ricardo se casó a los 26 años con Eladia. «Ella tenía muchos pretendientes, pero yo siempre vestí bien», cambia coqueto al castellano. Trabajó en el psiquiátrico de Conxo, «e gañaba 36 pesos ao mes. O director queríame». Ser herido de guerra, con un 45 % de coeficiente total de mutilación (que logró en parte gracias a una recomendación del párroco de Calo, cuenta), le supuso una pensión de 12,50 pesetas al mes. Muestra enmarcado el papel. «En Conxo trabajó, calcula, diez años. Luego se ocupó ya de comerciar moviéndose desde su casa de Ameneiro. Y de cuidar de la casa, «de las vacas y los cultivos», añade Pepe.
Los papeles nunca los perdió. «Sempre conservou os papeis e sempre tivo saúde de ferro. Quitando o do colon, e un accidente coa mobylette, houbo pouco máis», dice su hijo.
«‘Ricardo, Ricardo’, dime algún, ‘usted qué bien vive’. ‘Vivir vive calquera’, dígolle eu, ‘O caso é saber vivir!’», asegura Ricardo. Los tiempos han cambiado. ¿Para bien? «Daquela había moita miseria. Tendo unha vida normal, pódese vivir, vivir ben. Pero hai que traballar. Parece que non val a pena. Pero val a pena, val. Tamén hai que saber bailar», apunta Ricardo. «E ter idea. Eu idea téñoa toda. Sen idea, acabouse a vida. Cando falla a mecánica, é o que hai».