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«Tengo 105 años y me siento como si tuviera 16».
¿El secreto? El buen humor. En mayo cumple 106 años. Como si fuese una adolescente, la mejor manera de comunicarse con ella es por WhatsApp. La clave de la longevidad de los centenarios de este reportaje es ser optimista.
MARCOS MÍGUEZ - Pablo Portabales Ana Abelenda Noelia Silvosa - LA VOZ - 07/02/2020 10:45 h
Acepta el reportaje vía WhatsApp. Pero no utiliza emoticonos, sino una prosa cuidada y creativa. «Buenas tardes Pablito. Cuando creí que me tenías olvidada apareces de nuevo como una ola. Ante el temor de ser sumergida por ella y me metas en el grupo de los ignorados me veo en la circunstancia de invitarte a comer este jueves a las dos de la tarde para hablar (con lo que me gusta a mí hacerlo)». La persona que escribe este mensaje se llama Paquita Salguero Camarero y nació «el 7 de mayo de 1914. Vine a este mundo dando chillidos», comenta sonriente. «Toda la vida fui muy feliz. Creo que el secreto es eso, tener buen humor y ser optimista», analiza. Su sobrina -ella no tuvo hijos-, que comparte almuerzo, matiza algunos aspectos de su biografía que son bastante duros. Su madre murió cuando Paquita tenía cinco meses y su padre falleció pocos años después. «Me crie con mis padrinos, que eran gente muy buena. Vivimos en faros como el de las Sisargas o en el cabo de Torres de Gijón Recuerdo que íbamos andando hasta allí desde el puerto del Musel. Siempre anduve mucho, ya de pequeñita», relata. Todo lo cuenta sin atisbo de amargura ni añoranza. Deja el móvil en una mesa auxiliar y su sobrina le sirve en un vaso pequeño un poco de moscato de la firma Ochoa. «Le encanta, tengo que comprar más».
«DE ESTO NO TE MUERES»
«¿Enferma?», contesta un tanto sorprendida cuando le pregunto si siempre gozó de buena salud. «De pequeña me acuerdo de estar en la cama y de que había una cómoda con unos medicamentos», comenta. «Ah, y tuve un cáncer de piel. Me operó el doctor Martelo en el año noventa y pico, me dijo que de esto no me iba a morir. Lo que me costó trabajo fue ponerme pantalones para que no se me viese la cicatriz, porque hasta entonces siempre iba de falda», relata. Comemos en el piso del centro de A Coruña con unas imponentes vistas al puerto en el que vive esta mujer de 105 años. El menú es pastel de verduras, lenguado y tarta de queso casera de postre. Paquita siempre es la última en servirse. Toma poca cantidad de cada cosa. «Siempre fui delgada. Toda mi vida. De pequeña los albañiles de las obras se metían con mi cintura», recuerda sonriente. Le encanta comer, pero la cantidad justa. Dormir la siesta y pasear por las mañanas cuando el tiempo lo permite son otras de sus rutinas. «Hasta hace dos años daba la vuelta a todo el paseo marítimo, pero ahora ya no. Estoy empezando a notar los años», asegura.
EL PRIMER ORDENADOR
De vez en cuando su móvil emite el típico sonido de que acaba de recibir un mensaje. Paquita los contestará en cuanto tenga un rato. «Me encanta escribir, siempre me gustó. Pero soy muy cursi», comenta sobre sus famosos wasaps. Me enseña una foto en la que aparece junto a su marido, fallecido en el 2011. «Es del día en que por fin me regaló el ordenador que llevaba tiempo pidiendo. La chica de servicio que entonces tenía en casa por las tardes me daba clases de informática y se las pagaba aparte», confiesa. Una mujer inquieta, viajera, lectora... Es increíble poder compartir un par de horas con una persona que nació poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial y que demuestra una lucidez impresionante. «Siempre tuve amigas más jóvenes. Y mis pretendientes siempre eran de menos años que yo», comenta. Con el postre su sobrina le rellena el vaso del moscato navarro que tanto le gusta.
UN ÁLBUM DE VIDA
«Es una felicidad cumplir años, pero yo me siento como si tuviera 16», reconoce. Me muestran un álbum de fotos y de recortes de La Voz en los que se hizo referencia a esta súper centenaria. Son imágenes entrañables de viajes por distintos lugares, de comidas familiares, de regalos recibidos en los cumpleaños... «Toda la vida fui muy feliz», insiste Paquita. Siempre elegante, me acompaña hasta la puerta de su casa. «El jueves 23 de enero de 2020, a las dos de la tarde (no va ser de la mañana) te espero en la puerta principal con los brazos abiertos y el corazón latiendo», me había escrito en otro de sus imponentes mensajes. Efectivamente, en la puerta estaba esperando cuando llegué y hasta la entrada del domicilio fue a despedirse. Quedamos para hablar en mayo, con motivo de su 106 cumpleaños. «No creo que cumpla muchos más, soy consciente de que el tiempo pasa, pero estoy preparada», confiesa.