Conservas ALBO, el sabor que perdura en el tiempo.
La historia de la empresa, que este año celebra su 150 aniversario, es también la historia de Galicia.
FdV - 17.07.2019 | 16:53
Conservas ALBO, el sabor que perdura en el tiempo
Entrar en la fábrica de ALBO, en el puerto vigués, es traspasar el umbral del presente hacia un lugar donde pasado y futuro se dan la mano. El aroma de los mejores ingredientes atesta la factoría, donde los procesos semiautomáticos no han eliminado por completo a los manuales, conservando de este modo la esencia de 150 años de historia.
Materia prima de primera calidad es el atún que colma las latas de ALBO. Llegado a la fábrica directamente desde alta mar, se limpia de manera artesanal y se prepara adecuando las cocciones y los puntos de sal a cada tamaño. Las sardinas se presentan al consumidor sin haber sido sometidas a ningún proceso de congelación; recogidas en la lonja, se elaboran y se envasan conservando toda su frescura y sabor. El empeño por ofrecer solo lo mejor se refleja también en los mejillones, procedentes de las rías gallegas y envasados a mano uno a uno.
Pocas empresas pueden presumir de su condición de centenarias. Conservas ALBO es una de ellas, una compañía nacida hace 150 años que encara el futuro con decisión sin perder el sabor de la tradición y del saber hacer que la ha caracterizado desde su nacimiento.
La historia de ALBO es también la historia de Galicia. Aquí llegó a principios del siglo XX su fundador, Carlos Albo Kay, tras haber levantado un pequeño imperio conservero en Cantabria, donde este hijo de cántabro e irlandesa, que antes de empresario fue jefe de estación del Cuerpo de Telégrafos y profesor de inglés y francés, ya había abierto tres factorías, en Santoña, Candás y San Juan de la Arena.
Desembarco en Galicia
En 1906, mientras miles de gallegos despiden a los suyos en el puerto de A Coruña, donde embarcan rumbo a la emigración, ALBO llega a la ciudad para abrir su primera fábrica en Galicia. Solo tres años después, la empresa dice adiós a su fundador e inicia un proceso de consolidación que se ve impulsado por la Primera Guerra Mundial, contienda durante la cual suministra conserva a ambos bandos, haciendo crecer las exportaciones hasta un 75% en el segundo año de contienda.
Para afrontar esta demanda, en 1917 abre dos nuevas plantas, en Bermeo y Vigo. Entre tranvías y ecos lejanos de la revolución soviética, esta apertura en la ciudad olívica es el germen del posterior traslado de su sede principal, en 1934.
Ya transformada en sociedad anónima bajo el nombre de Hijos de Carlos Albo, la compañía realiza así una de sus inversiones más importantes, creando una gran fábrica de 6.300 metros cuadrados en pleno puerto vigués. La factoría era un prodigio tecnológico, al implantar los más modernos sistemas de producción de la época con maquinaria llegada desde Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Con una fachada inspirada en los pazos gallegos que ya pertenece al imaginario colectivo de la urbe, se convierte en el buque insignia del grupo y sede central de ALBO.
En los años 30, la empresa produce 350.000 latas diarias, y la plantilla oscila entre los 1.200 y 1.600 trabajadores, el 75% mujeres. Esta gran producción le permite abastecer tanto el mercado nacional como el internacional. En España, su amplia red comercial le lleva a situar sus productos con facilidad en más de dos mil pequeños clientes en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Cartagena, Alicante o Canarias. En el exterior, sus ventas se centran en tres grandes áreas: Latinoamérica, especialmente en Buenos Aires y La Habana; norte de África, desde El Cairo hasta Tánger; y Europa, con Bélgica, Italia, Grecia y Suiza. También áreas como Nueva York o Pittsburg recibían algunas cantidades de anchoas.
Durante la Guerra Civil, la marca suaviza el impacto de la contienda y de la posterior postguerra diversificando la producción. Así, hacia finales de los años 40, con una producción anual de 20 millones de latas, la exportación supone la mitad de las ventas.
Instalados en el desarrollismo de los años 60, la materia prima empieza a escasear y los costes de producción se disparan, con los precios finales sometidos todavía al control gubernamental. Las plantas sufren además un proceso de mecanización, lo que reduce la mano de obra y aumenta la producción. Comienza así, desde 1970 hasta 1985, un proceso de reestructuración durante el cual se cierran algunas fábricas hasta quedarse con seis.
Este proceso se extiende hasta la actualidad y hoy en día la compañía cuenta con tres factorías en las que diversifica su producción. La de Celeiro, especializada en túnidos; la de Tapia de Casariego, que mantiene en sus líneas platos elaborados, principalmente fabada; y finalmente Vigo, la central, con la versatilidad de producción como una de sus señas de identidad.
Aunque nacida en Cantabria, ALBO es una compañía genuinamente gallega y como tal ha sido testigo de los grandes hitos históricos que ha vivido la Comunidad: La industrialización de las grandes urbes, las libertades y el florecimiento artístico de la Segunda República, la herida de la Guerra Civil y la emigración masiva durante la posguerra, el regreso de la Democracia y la Autonomía, la reconversión industrial y la entrada en Europa, la crisis inmobiliaria y el 15M... En definitiva, 150 años de historia que siguen sumando hacia un futuro ilusionante.
Un proyecto para seguir creciendo
Durante lo que resta de este año, ALBO continúa celebrando un aniversario para el que ha contado como embajador al chef con 3 estrellas Michelin Dani García. También ha emprendido un proceso de renovación de su imagen de marca, respetando su esencia e historia, pero adaptándose a las necesidades actuales. Y como de conservar los buenos recuerdos se trata y no solo los buenos sabores, ha creado www.albo.es/nosotros/historia/, una web donde cualquiera puede registrar sus mejores momentos, que serán enviados al espacio a bordo de una lata de ALBO para que dentro de otros 150 años cualquiera pueda descubrirlos.