El negrero de gallegos - Urbano Feijoo Sotomayor - Estela
Salvador Rodríguez 15/03/2020 Reportajes
Fue, sin duda, uno de los episodios más lúgubres de la crónica de la emigración española a América, y se realizó bajo el amparo de una engañifa a las leyes y con la complicidad de unos cuantos políticos sin escrúpulos que solo reaccionaron al hacerse pública en la metrópoli el escándalo que habían propiciado.
El “caso de los esclavos gallegos en Cuba” duró alrededor de un año, entre 1854 a 1855, aunque empezó a gestarse en 1853 cuando Feijoo Sotomayor, comerciante afincado en la isla y miembro de la denominada Junta de Población Blanca, presentó un proyecto para trasladar gallegos a Cuba que tenía dos objetivos: “socorrer a los desgraciados gallegos” (la Galicia rural vivía en una situación miserable) y “contribuir al aumento de la población blanca en Cuba”. “El plan que presentó era preciso. -cuenta Ascensión Cambrón Infante, especialista en Historia del Pensamiento Liberal del siglo XIX en su trabajo “Emigración gallega y esclavitud en Cuba (1854)- (Feijoo) se proponía trasladar gallegos en número indeterminado y la empresa funcionaría en régimen de privilegio durante 15 años. Los contratos tendrían una duración de cinco años y se establecerían entre los trabajadores y el empresario”.
URBANO FEIJOO SOTOMAYOR
Viana do Bolo (Ourense), 1808-1898
UN ESCLAVISTA
Empresario y político, elegido diputado en las elecciones de 1854 por Ourense, en mayo de 1872 por el distrito de Verín, y en agosto de 1881 por el distrito de Matanzas (Cuba). Enriquecido con el comercio del azúcar fundó la Compañía Patriótica Mercantil con la que trasladó a Cuba a más de mil setecientos gallegos en condiciones de esclavitud.
Pero la apariencia legal de las condiciones laborales en que estos trabajadores eran contratados escondía una letra pequeña por la que los emigrantes se comprometían, entre otras cosas, a “no disponer de pasaporte sino de una cédula de identificación emitida por la autoridad en Cuba “y a “estar sujetos a ciertos castigos correccionales con arreglos a las ordenanzas”. Por si fuera poco, el contrato, que seguramente ninguno de aquellos emigrantes leyó, contenía una curiosa cláusula por la cual los trabajadores aceptaban a conformarse “con el salario estipulado, aunque sé y me consta que es mucho mayor el que ganan los jornaleros libres de la isla de Cuba; porque esta diferencia la veo compensada con las otras ventajas que ha de proporcionarme mi patrono”.
A principios de 1854 partió de Galicia la primera remesa de emigrantes del “plan Feijoo” constituida por 314 personas que, a bordo de la fragata “Villa de Neda”, llegaron en marzo a La Habana. A esta primera remesa siguieron otras en los meses siguientes hasta alcanzar la cifra de 1.744 en el mes de agosto. El comerciante orensano se ocupó, asimismo, de hacer propaganda de su “mercancía” en la prensa cubana avisando a los hacendados de las ventajas que ofrecía la contratación de estos trabajadores encaminada a sustituir la mano de obra esclava.
Los gallegos reclutados por Feijoo Sotomayor no tardaron en percatarse de que cuanto les habían prometido no era más que un fraude: a su llegada a La Habana, el empresario los recluía en barracones sin las mínimas condiciones de habitabilidad e higiene. Este paso previo al comienzo de sus trabajos tenía como“ razón de ser” el que se “aclimatasen”, pero en realidad, tal y como refiere Cambrón Infante, “eran locales inmundos a donde acudían los hacendados a comprarlos, un mercado donde vender y comprar la mercancía humana.
La alimentación era escasa y de nula calidad y el período de aclimatación duraba el tiempo que tardaban los hacendados en ajustar el precio de cada uno de ellos con Feijoo”. Su destino era, como no tardaron en averiguar, surtir el mercado de obra barata, con jornadas de 16 horas y un salario ya no solo muy por debajo de lo que cobraban otros españoles que allí trabajaban, sino también del que recibían los africanos “libres”.
Cafetales y plantaciones de azúcar de Trinidad, Puerto Príncipe y Cienfuegos, así como las obras del ferrocarril (del cual era accionista Feijoo) fueron los principales destinos de aquellos hombres, en su mayoría jóvenes de entre 20 y 30 años, sometidos a extremas condiciones laborales bajo el calor tropical y obligados a convivir en las plantaciones junto a las familias de esclavos. Nada tiene de extraño, que algunos de ellos optasen por fugarse, y aquí hay que reseñar que la primera reacción de las autoridades coloniales de la época fue la de perseguirles hasta su captura o muerte.
La noticia de aquel inhumano atropello llegó finalmente a la metrópoli ante el estupor de la sociedad española de la época y, así, tras varias polémicas políticas, una comisión dictaminó el 18 de junio de 1855 la liberalización del compromiso contraído por los gallegos contratados por Urbano Feijoo, que mayormente abandonaron los trabajos para los que habían sido esclavizados sin temor ya a ser “cazados” con cepos por las milicias coloniales al servicio de sus patronos. Infelizmente, de la mayoría de ellos jamás se supo nada más del resto de sus existencias, como no fuera las cartas que consiguieron hacer llegar a sus familiares sorteando la férrea vigilancia de sus “amos”. En una de ellas, rescatada por el investigador Antonio Conrado, se lee este estremecedor testimonio de uno de aquellos esclavos gallegos: “Nos traen descalzos y desnudos y sin camas, nada más que unas esteras debajo de nosotros en unos tablados; pues la mortalidad nuestra fue el no tener aclimatación ninguna, ya que hemos trabajado mucho y sin provecho. Matan a la gente con palos y los ponen en el tronco y el cepo de campaña”.