Vivió 107 años y solo bebía vino tinto
Enterrado en el cementerio de Alcabre Antonio Docampo, uno de los vecinos más longevos de Vigo
ALEJANDRO MARTÍNEZvigo / la voz, 26 de enero de 2016. Actualizado a las 14:38 h.34
Vigo despidió la semana pasada a uno de sus vecinos de mayor edad. Antonio Docampo García falleció a los 107 años y recibió sepultura en el cementerio de Alcabre. Los científicos americanos que descubrieron hace años que el vino tino prolonga la vida podían haber encontrado en él un ejemplo de sus deducciones. Porque Antonio solo bebía vino tinto casero y siempre gozó de una salud de hierro. «Cuando estábamos en casa, entre él y yo podíamos bebernos más de 200 litros al mes, el agua ni probarla», cuenta su hijo, Manuel Docampo López, sin temor a exagerar. «Se bebía de golpe un litro y medio», aseguraba en el tanatorio. Antonio no consumía cualquier vino, sino el que él mismo producía en Ribadavia. Era un vino natural, sin conservantes, ni sulfitos ni otros añadidos químicos. Enseguida se avinagraba, pero nunca le hizo daño a su salud, a juzgar por la larga vida que tuvo.
Este hombre que tampoco renunciaba a un chupito de aguardiente en el desayuno siempre fue reacio a medicarse. Ya había rebasado el siglo de vida cuando le hicieron tomar el primer antibiótico para curarse de una neumonía. Había cumplido los 103 años y conservaba una excelente vitalidad. Al año siguiente, volvió a recaer y estuvo a punto de morir porque en la residencia donde permaneció ingresado engañaba a las enfermeras y no se tragaba las pastillas que le administraban.
Su hijo lo sacó de ahí y logró curarle a base de machacar los medicamentos y dárselos mezclados con la comida. Cuenta que hasta los 105 años «era un fenómeno», pero la tercera neumonía ya fue la definitiva. «Ahora ya no hubo forma de que saliera adelante porque ya se encontraba muy debilitado», lamentaba.
Antonio pasó en Vigo los últimos 12 años de su vida. Tras quedar viudo, su hija se hizo cargo de él hasta que ella, con 87 años de edad, dejó de valerse por sí misma y no podía cuidar a su padre. «Era tan vella a filla como él», cuenta su hijo.
Por eso Antonio, hijo tardío que tuvo con 40 años de edad, se lo llevó para su casa en la Travesía de Vigo.
Con Antonio desaparece un testimonio vivo de la historia de la comarca de Ribadavia, porque es el último habitante puramente originario que quedaba vivo de la despoblada aldea de Eira de Mouros.
Allí transcurrió su infancia, muy corta porque a los 9 años de edad se puso a trabajar a cambio de un minúsculo jornal. Cualquier ayuda era poca para subsistir en aquellos tiempos de escasez. Durante aquella época las carreteras se hacían a mano y él comenzó picando piedra para la construcción de la carretera de Val de Pereira a Cenlle.
Le subieron el salario cuando, pese a su corta edad, demostró tener fuerza para llevar carretillos, «pero no los que ahora, sino aquellos de rueda de madera que se enterraba en la arena», recuerda su hijo.
Años después estuvo en la Guerra Civil, luchando en el bando franquista, y salió vivo de milagro porque en más de una ocasión estuvo a punto de no poder contarlo. Por ejemplo, aquella vez que tenía gripe y lo pusieron de centinela. Un soldado del otro bando lo descubrió al escucharle toser. Podía haberle disparado, pero le dejó marchar porque sabía que con su enfermedad lo habían puesto en el disparadero. Y también pudo haber muerto de hambre aquellos días en los que la compañía se perdió, pasaron por un pueblo y, como no había nada que echarse a la boca, atraparon una gallina y se la comieron cruda. O le pudo dar un infarto una vez que pidió un cigarrillo a unos soldados apostados en un muro y resulta que estaban todos muertos.
Antes de enrolarse, su hermano le expresó su deseo de que si alguno de los dos debía morir en el frente, mejor que fuera él, porque Antonio ya se había casado y tenía que sacar adelante a su familia. Y así fue. Antonio perdió a su hermano en la guerra y fue uno de los momentos más tristes de su vida. Después se dedicó al vino. Siempre fue un hombre de campo, un labriego que cultivaba uva y producía su propio vino. «Fue un tractor trabajando», recordaba su sobrino Jerónimo Docampo, que continuó el negocio vinícola al frente de Bodegas Docampo. La mayoría era para la venta, pero una parte nada despreciable era para su propio consumo. «Si producía 60.000 litros al año, 3.000 no le llegaban para él» asegura su hijo. «Uva pisada, vino feito y a beber», simplificaba.
Manuel recuerda que con 60 años de edad su padre «estaba hecho un chaval» y no había comida en la que no cayera un litro y medio de vino y otro a la cena.
Su padre, que además de tener una excelente salud se caracterizaba por su buen humor, acostumbrada a decir después de comer: «Sírveme outra taza de vino para roncar despois de morto».
Antonio Docampo era uno de los 138 centenarios censados en Vigo, de los que 37 son hombres y el resto mujeres.
Este ourensano tuvo cuatro hijos, de los que quedan dos vivos, siete nietos, diez bisnietos y un tataranieto que cuenta con tres años de edad.
Consumía lo que producía. «Uva pisada, vino feito e a beber», dice su hijo pequeño
Trabajó desde los nueve años picando piedra y estuvo a punto de morir en la Guerra Civil